martes, 8 de mayo de 2012

Ciegos de cuerpo y alma


Hay cosas que nos ciegan los ojos.
Los del cuerpo y los ojos del alma.
El miedo por ejemplo.
Hay dos miedos que cuando llegan juntos son difíciles.
El miedo al dolor.
El miedo al amor.
¿Cuánto amor se puede tener y cuánto se puede dar?
¿Cuánto duele el amor?
El miedo al dolor nos encierra en nosotros mismos,
nos hace no arriesgar para no perder.
Amar y atreverse a cambiar aceptando el dolor del cambio.
No por mero sacrificio sino por querer algo mejor para mi.
Para eso murió y resucitó Jesús.
Para que cada uno de nosotros no nos perdamos
de vivir nuestra propia vida viviendo como muertos.
Muertos de miedos…
Muertos de dolor…
Muertos de angustias…
Muertos de quejas…
Muertos de mal humor…
Muertos tristes de tristezas profundas…
Muertos en vida…
Entremos en nuestro corazón a buscar la raíz de los dolores.
Y parémonos frente a aquello de nosotros mismos que nos produce pánico.
Logremos enfrentarnos con nuestras propias muertes cotidianas.
Y una vez que estemos frente a nuestro ser más miserable atravesémoslo.
¡Tirarnos de cabeza a ese vacío que produce la sensación de perder el control!
¡Qué sea lo que Dios quiera!
¡Qué sea lo que Dios quiera!
Cuando atravesás el dolor de tu tristeza más terrible del otro lado está Jesús.
Jesús que te deja venir mirándote a los ojos y sonriendo te abraza.
Con un abrazo que es un bautismo nuevo.
Y te dice que está todo bien…
Está todo bien…
Entonces sentís una alegría que desborda: la alegría de la libertad.
Para ser libres nos liberó Cristo.