Cada Navidad nos dicen: es tiempo de que Jesús nazca en nuestros corazones.
Y está bien, nada puede ser mejor que tener a Jesús en nuestro corazón.
En nuestro corazón, es decir en lo más profundo y más auténtico de nuestro ser.
Pero antes de llegar al pesebre José y María anduvieron un camino largo golpeando puertas que no se abrieron, puertas lujosas, puertas cerradas al pedido simple y en voz baja del Salvador.
¿Podría nacer hoy Jesús en nuestro corazón o José y María se encontrarían con una puerta cerrada lustrosa de orgullo y de soberbia?
Que nuestro corazón sea un pesebre.
No digo que esté ordenado, no digo que esté puro y limpio, digo que sea un pesebre.
Que sea un sitio humilde pero cálido y dispuesto a darse como alojamiento a quien lo necesite.
La Navidad ya pasó y estamos comenzando un nuevo año, les comparto mi intención para este 2011: que pueda llegar a la próxima Navidad habiendo logrado hacer de mi corazón un pesebre.
No una posada, no un hotel, no una casa elegante y decorada.
Un pesebre despojado, un lugar adonde El Amor se encuentre cómodo.
Ojalá lo logre.