miércoles, 1 de febrero de 2017

Las huellas
Para mi amigo Pablo Bolo
que le gustaba la canción
del Señor de Galilea.

Arremetió la muerte una mañana
intolerante, burda, irrespetuosa    
como arremete siempre cuando llega
para llevarse aquello que cree suyo.

Golpeó el llanto sentido de unos hijos,
el dolor de una esposa, de unos padres,
la desazón tenaz de unos hermanos
y el desconsuelo gris de unos amigos.

Arremetió de pronto una mañana
trajo su iniquidad de lluvia y truenos,
de oscuridad, de rayos, de tormentas,
todo su repertorio miserable
que hace que el corazón se sienta triste.

Arremetió la muerte una mañana
convencida de que otra vez vencía
y se encontró con quien la miró fijo
y dijo sin temor  “llegaste tarde”.
  
La muerte improvisó unos viejos trucos,
como un mago de circo pueblerino,
tratando de lograr producir miedo
en los ojos de aquel que sonreía
que le extendió la mano y que le dijo
“llevame al otro lado, no demores”.

La muerte obedeció llena de dudas,
porque si o tal vez por desconcierto
y al caminar se vio sobresaltada,
al caminar  la sorprendió un recuerdo,
un dejavú, un momento ya vivido,
como si todo fuera hacia el comienzo.

Al caminar el hombre no pisaba
en cualquier lado, observaba el suelo,
tranquilo decidía donde y  cuando,
no andaba con apuros ni con yerros,

Elegía el lugar de cada paso
sin darlo a la fortuna o al azar
y ponía sus pies sobre otras huellas,
las huellas del Señor que calma el mar.

                                                         Toto D’Agosto
                                                          Don Torcuato, 1 de febrero de 2017

                                                           (desde hace un rato el cielo es un lugar mejor)