viernes, 15 de noviembre de 2013

Emaus

Viajaban desde Jerusalén al pueblo de Emaús a 11 kilómetros de distancia después de que habían enterrado a Jesús.
Mientras caminaban el mismo que acababa de resucitar, se les apareció y comenzó a caminar con ellos pero no lo reconocieron.
Vio que estaban tristes y les preguntó qué les pasaba.
Sos el único que no sabe lo que está pasando le contestaron.
¡Lo que le han hecho a Jesús, el profeta de Nazaret!
Para Dios y para la gente, Jesús hablaba y actuaba con mucho poder. Pero los sacerdotes principales y nuestros líderes lograron que los romanos lo mataran, clavándolo en una cruz.
Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel. Pero ya hace tres días que murió.
“Nosotros esperábamos” le dicen. "Nosotros esperábamos"...
Los discípulos de Emaús estaban ciegos porque en vez de mirarlo a Jesús se miraban a sí mismos, decían: nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel.
Tenían la ceguera del que se mira a sí mismo.
Esa es probablemente la peor ceguera, es una ceguera voluntaria que nos encierra en nosotros mismos, que nos separa de los otros.
Ese otro debe darme lo que yo espero y si no me decepciona,  no me sirve.
No me sirve en el sentido de entender que ese otro debe estar al servicio de lo que yo quiero.
Mis amigos y mis amigas no me sirven, la mujer o el marido que elegí no me sirve, mis hijas o mis hijos no me sirven...
El ciego de ceguera de mirarse solo a sí mismo es egoísta, no mira a los otros, no los ve.
Mirar y ver a los otros implica una mirada abierta, una aceptación de que ese otro puede transformarme.
Miremos a los otros, si no corremos el riesgo de caminar toda la vida al lado de la salvación y no verla.
Si no miro a los otros no lo veo a Jesús.
Jesús está en el otro.