Pensaba en ese buen samaritano del texto que recurrentemente vuelve a la memoria en cada ocasión en la que vemos a alguien “al borde del camino”.
A todos nos ha pasado.
Cuando me toca ese papel, el de “auxiliador” recuerdo la parábola, me hace bien recordarla y por supuesto me hace bien ayudar.
Estamos llamados a ser “buenos samaritanos” pensé siempre.
Pero el domingo mientras reflexionábamos entre amigos este tema una idea diferente apareció.
Vieron como son las ideas que aparecen de la nada, molestan, llaman la atención, vuelven una y otra vez a la cabeza hasta que llega la necesidad de compartirlas aún a riesgo de pasar por locos.
¿Y si el sentido de la parábola fuera otro?
¿Y si estuviéramos llamados a hacer que no haya más “borde del camino”?
Sé que me van a contestar que esto no es novedad, y quiero hacer una aclaración: no supongo que mi idea sea innovadora, no es eso lo que repercutió dentro de mí.
Repito para ver si me explico mejor.
¿Y si el sentido de la repetición de la parábola fuera otro?
¿Y si estuviéramos llamados a hacer ahora que no haya más “borde del camino”?
La parábola era conocida para mí lo que es nuevo es este sentimiento que vino junto con la idea.
Sentimiento que compromete, que da energía, que cuestiona, que busca dar otra vuelta de tuerca al sentido de nuestra vida.
Sentimiento que obliga a arriesgar, que obliga a amar y a amar comunitariamente.
Sentimiento que obliga a compartir, a exponerse, a andar por el mundo así como a mí me gusta: con el corazón y el alma al descubierto.
Que nunca más nadie este solo.
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