Cuando les preguntó a sus seguidores “quién dicen que soy yo” le respondieron
lo que la buena gente repetía a partir del relato de sus miedos.
A partir de una historia dibujada en el gris del misterio de su tiempo.
Si hoy nos preguntara aquí a nosotros ¿quién creen que soy ustedes? ¿qué diremos?
¿Con qué imagen podríamos pintarlo en el relato actual de nuestro tiempo?
Yo diría que sos entre nosotros el que es más pobre, ese que desprecio.
El que llamo ladrón, el que me asusta simplemente porque está y lo veo.
Yo diría que sos entre nosotros ese chico que vive al descubierto,
el que me pide plata en el semáforo, el que me limpia el vidrio y yo no quiero.
Yo diría que sos entre nosotros aquel que no me gusta, el que está preso,
el que está solo, triste, abandonado, el que me necesita, el que está enfermo,
Todos los que aprendí a dejar de lado, todos los que logré nunca más verlos.
Los que se mueren en los hospitales o se marchitan en hogar de viejos.
Amar al prójimo, al que tengo cerca, al que es igual a mi puede ser cierto
que me cueste, que sea difícil, que me implique trabajo y hasta esfuerzo.
Pero ver a Jesús certeramente, descubrirlo enorme en su misterio
es darlo todo, es quedar vacíos, es ir al fondo mismo del silencio
para aprender a hablar otro lenguaje. La lengua de su amor puro y completo.
Si volvieras Jesús a preguntarnos a mi no me hallarías junto a Pedro
ni junto a aquellos otros que elegiste para dejarle al mundo tu consuelo.
Estaría con mi corazón duro entre tus implacables carceleros
sorteándome tus tristes vestiduras, aferrado a mis cosas y a mis miedos.
Que el temor a perder treinta monedas no nos haga perder la vida en serio
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