jueves, 7 de octubre de 2010

La muerte del guerrero

Hoy vi morir con gloria a un buen guerrero.
No un soldado, tampoco un combatiente.
Un guerrero de esos de las películas
de espadas, escudos y arco y flechas.
Un antiguo guerrero hecho de honor sin quejas,
de dolores sin gritos guardados en secreto
y puestos finalmente a los pies del que quiso
llevar consigo todos los dolores.
De esos que pelean más que nadie,
los que muestran a sus tropas el camino,
que no se rinden nunca y que terminan
sentados contra el tronco de algún árbol
cuando terminan todas las batallas.

Los que mueren mirando el horizonte
con los ojos sonriendo complacidos,
pudiendo ver la luz que resplandece
después de un sufrimiento grande, enorme.

Los que mueren y dejan ver a todos
como es la gloria, como es la alegría,
como es la santidad, como es la gracia,
en su gesto sereno y su sonrisa.

Hoy vi atravesar el dolor físico
como si fuera una cortina hecha
con un papel de arroz imperceptible.
Hoy vi asomar la cara al otro lado,
al lado de la eterna mansedumbre
y pude ver en unos ojos limpios
que existe el cielo, así, sin duda alguna.

Hoy vi morir con gloria a un buen guerrero
rodeado del amor de compañeros
de armas, cubierto del respeto
de aquellos que lo admiran y lo miran
apoyada su espalda contra un árbol,
con su espada en la mano y con su escudo
que dice: “He peleado el buen combate…”



En Don Torcuato es agosto de 2010

Para mi amigo Ignacio

Toto

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